09/01/2019TRADICIONES

Secretos, historia, belleza de la Iglesia San José Obrero.

“Yo les diría que aprovechen las visitas que organiza la Fundación Raíces, que traten de ir los días soleados, que es cuando la conjunción del ambiente en sí, modulado por los colores que pasan a través de los vitrales, hacen un lugar donde uno se siente muy bien, muy cómodo. Es una sensación que es imposible contar. Es una tranquilidad de espíritu” expresó Manuel “Nené” Valea.

En el mes de noviembre del año pasado se presentó el libro “Iglesia San José Obrero”, escrito por Javier Díaz, con la colaboración de Manuel Ángel Valea.

La Nueva Radio Suárez entrevistó a “Nené” Valea para conocer anécdotas, historias y secretos de ese templo ubicado en Pueblo San José, y que no todos los suarenses conocen. Imperdible una recorrida por el lugar, con ojos de turistas.

“El libro fue elaborado a lo largo de muchísimos años, buscando en la comunidad los antecedentes. Tuve la suerte, por mi edad, de haber sido de la misma época, o poder entrevistar a gente mayor que yo, que tomaron parte en la construcción de la Iglesia, en las que habían estado como partícipes”, y agrega, invitando a la recorrida: “cada vez que uno entra a la Iglesia encuentra cosas distintas. Estos días que ha habido sol los que entraron en ese momento han podido ver cómo los vitrales arman un ambiente especial en el interior, con sus distintos colores, que le dan esa sensación de tranquilidad y comodidad que tiene nuestra Iglesia”.

“La etnia de los alemanes del Volga sufrió tanto en Rusia que aprendieron a acercarse a Dios, a encontrar en esa fe todo lo que la vida les iba haciendo cada vez más difícil. Ahí es donde uno puede interpretar cómo es el desprendimiento que ellos han tenido para con los demás. Porque invertir en un ambiente donde se va a practicar religión es como dejar un legado para la comunidad. Así como don José Walter donó el altar, esos 30 mil pesos que él pagó en su momento, en el año ´28, ´29, con el tiempo se fue perdiendo lo que era el valor de ese importe. Más adelante, en el ´65, hablando con el Escribano Alberto Garrós, analizábamos lo que se podría haber comprado en esa época. Ubicados en esos años, previo a la crisis del ´30, eso era el valor a 300 hectáreas de campo, más o menos. A uno le llama la atención cómo se desprendió de esa cantidad de dinero”.

En realidad, “toda la gente fue aportando los vitrales, los bancos, aportando dinero, trabajo. Tuve la oportunidad de hablar con un señor mayor que había trabajado en la apertura de los cimientos de la Iglesia. Le pregunté cuánto ganaba por el trabajo, y me respondió que estaban aprendiendo a trabajar, que eran jóvenes, que querían colaborar con la Iglesia, dando una mano, queriendo ser partícipes de eso que se estaba levantando”.

Cuenta que “conocí a quién trajo la piedra, que fue colocada como piedra fundamental de la Iglesia. Si uno ve el templo de frente, hacia la mano izquierda, casi a la altura de la vereda, hay un cuadradito de cemento, bien liso, donde está la piedra fundamental, y donde también se encuentra un pedazo de caño, en cuyo interior hay un pergamino, con cosas que dejaron cuando se consagró la Iglesia. Es para abrir a los 100 años, en el 2030, cuando tendrían que remover esa parte para ver ese legado que nos dejaron los antepasados” expresó Manuel Valea.

En la entrada de la Iglesia, a la derecha, “hay un Cristo, una cruz, otras imágenes religiosas”. “Tenemos que recordar también que los párrocos que han pasado han ido aportando también en la Iglesia. Recuerdo al que nosotros llamábamos ‘el Padre Pasito’, que forró con cuerina los reclinatorios de la Iglesia. Ese padre filipino había ido a ver a su hermano a Estados Unidos y le regaló una cantidad de dólares para que tuviera él para su vida, y ni bien llegó a San José lo primero que hizo fue averiguar quién podía hacer ese trabajo, porque decía que había mucha gente que no se arrodillaba por los problemas de rodillas, y quería que la gente tuviera mayor comodidad”.

Insiste en que “a pesar de todo lo que les pasó ellos (los alemanes del Volga) se volcaron a la religión. Ahí encontraban la fe para todo lo que hacían. Además, esa necesidad de organizar fiestas, bailar y disfrutar su música creo que ha sido una terapia muy buena para ellos. Estaban viviendo en un lugar que no era su patria, que tenían todos los problemas que tuvieron en Rusia y, sin embargo, después de todos los problemas, buscaban siempre una oportunidad de compartir con vecinos, familias y divertirse cantando y bailando. Fue una forma de compartir con los demás las alegrías que nos da la vida. Esa descarga a tierra que hacían y siguen haciendo es la forma de volver a recargar las pilas, el cable a tierra para seguir trabajando después”.

Para quien quiera recorrer la iglesia, con ojos de turista, y para los turistas también, recuerda Nené Valea que “hay una entidad nueva en San José –Fundación Raíces-, que está haciendo visitas guiadas los fines de semana. Yo le diría que aprovechen esas visitas, que la vean, que traten de ir los días soleados, que es cuando la conjunción del ambiente en sí, modulado por los colores que pasan a través de los vitrales, hacen un lugar donde uno se siente muy bien, muy cómodo. Es una sensación que es imposible contar. Es una tranquilidad de espíritu. Uno puede ver en esos momentos una cantidad de cosas, detalles, que no cree que puedan estar. Hay dos imágenes en el altar, lateral derecho, que son primer premio de una exposición de Portugal, del año 1924, talladas en madera, que son realmente conmovedoras. Uno mira las manos de esas imágenes y parece que tuviera una persona delante. Después, la capilla que tiene el padre, en el lateral izquierdo del altar, donde está el altar de la primera iglesia de madera. Ahí hay un crucifijo que fue traído en el año 1927 o ´28 de Olavarría. Tiene un valor impresionante, porque es la constancia que el Padre Luis Servet había reconocido en esta etnia todo su amor y fe. Y les regaló este crucifijo, que cuando uno lo va a levantar hace fuerza porque tiene la impresión que es pesado. Y cuando lo toma en sus manos es livianito, parece que fuera una madera como de balsa. Y a pesar de ser liviana es muy dura. Además, el pintor tuvo una calidez llamativa. En cada columna ha dejado algo impreso de lo que a él lo motivó mientras estuvo pintando la Iglesia”.

Otra anécdota para el final de “Nené” Valea: “yo creo que, en ninguna iglesia católica, hay imágenes de pavos reales. Eso fue por una circunstancia fortuita: el Padre Charles, que era el párroco, tenía una pareja de pavos reales, y cuando el pintor dejaba los pinceles en agua a la noche, para que estuvieran bien suaves a la mañana siguiente, los pavos reales se los desparramaban por todo el patio de la iglesia. Un día, este señor, los corrió con un cuchillo. Al sentir el ruido de los pavos reales sale el Padre Charles y le dice que, si le llegaba a tocar un pavo real, lo echaba de la Iglesia. El pintor le respondió que estaba bien, que no los iba a tocar, pero que cada vez que consagrara, anteriormente se hacía de espaldas a la gente, iba a ver los pavos reales. Por eso pintó en las paredes del altar los pavos reales del Padre Charles. Son anécdotas que han ido surgiendo en las conversaciones que he tenido con una cantidad de gente, fundamentalmente con Imelda Schwindt, y tantas otras personas que fueron las que tuvieron ellos o sus padres una importancia fundamental en la construcción del templo”.